Por: Álvaro Monge Zegarra
Fuente: Diario Gestión
Fecha: 15 – 09 – 2020
El mes pasado, el Banco Mundial y el Ministerio de Educación de Chile publicaron un estudio sobre el impacto del COVID-19 en los resultados de aprendizaje y escolaridad en ese país. Las simulaciones realizadas arrojaron resultados poco alentadores. Por ejemplo, mostraron que en un escenario en el que el cierre de las escuelas dure todo el año escolar (y por lo tanto se reemplaza con educación a distancia), las pérdidas de aprendizajes respecto de lo que hubiera ocurrido en un año normal oscilan entre 64% (quintil mas rico) y 95% (quintil mas pobre). Además, la proporción de alumnos chilenos que no lograría un nivel de suficiencia en una prueba como la PISA podría pasar de 31% a 45% en un solo año.
Frente a esta evidencia, surge la pregunta si es que Perú lo estaría haciendo mejor o peor. Para intentar responderla es útil indagar sobre las condiciones de oferta y demanda iniciales (pre-pandemia) que presentaban ambos países al implementar sus soluciones remotas. El primer ejercicio lo hace el BID que en mayo de este año publicó el estudio “La educación en tiempos de coronavirus” donde compara los Sistemas de Información y Gestión Educativa para diferentes países en América Latina, incluidos Chile y Perú. Las condiciones analizadas son conectividad en escuelas, plataformas digitales, tutoría virtual, paquetes de recursos digitales y repositorio central de contenido digital; calificándolas por su nivel de desarrollo. En general, el informe señala que “la mayoría de los países no cuenta con una estrategia nacional de educación digital sobre la cual pueda desarrollarse un modelo de educación a distancia que aproveche las nuevas TIC”. Además, las brechas entre los países son notorias. Por ejemplo, en los dos casos que interesan, mientras que Chile presenta 3 de 5 condiciones con un nivel adecuado de desarrollo, Perú únicamente presenta 1 de 5.
Respecto de las condiciones de demanda, para encontrar indicadores comparables recurrimos a las estadísticas de la CEPAL que para el año 2017 muestran brechas incluso más profundas respecto al acceso a internet en la vivienda y la tenencia de computador en el hogar. Mientras que Chile mostró niveles cercanos al 90% y 60%, respectivamente; Perú mostró niveles de alrededor del 30% en ambos casos. De acuerdo con la ENAHO estas coberturas serían más cercanas al 40% en el año 2019, pero sujeto a profundas inequidades por nivel socioeconómico. Ordenando la población según quintiles de gasto, observamos que las familias de mayores recursos presentan niveles de cobertura cercanas al promedio chileno (superior al 70% en cada caso), mientras que las poblaciones más pobres muy por debajo de este nivel (menores al 10%).
Sobre la base de esta información es razonable intuir que el servicio educativo remoto implementado en el Perú también mitigará de forma imperfecta la pérdida de aprendizajes producto del cierre de escuelas, incluso por debajo de lo reportado en el caso chileno. Asimismo, bajo las circunstancias descritas las alternativas no presenciales serían aprovechadas de manera desigual por las familias peruanas lo que dependiendo de la persistencia de los efectos podría operar como un amplificador de la desigualdad en el largo plazo. De confirmarse ambas hipótesis y desde un punto de vista de la política pública, reabrir las escuelas no sería suficiente para revertir los resultados. Evitar las consecuencias de largo plazo, no solo en términos de crecimiento potencial sino respecto de la efectividad de la educación como instrumento de progreso social, invita a pensar en medidas compensatorias adicionales en frentes que posiblemente vayan más allá de terreno educativo.